Estos últimos
días han sido críticos en la historia del Bangladesh. Una protesta estudiantil
provocó la dimisión y la huida de la primer ministro y la disolución del
gobierno, y desde entonces un gobierno transicional está al frente del país. En
cuestión de pocos días se produjo una “revolución” que en otros países hubiera
costado años. Una pequeña movilización de estudiantes universitarios por una
causa justa (las cuotas de empleo en el gobierno) degeneró en un movimiento de
masas que aglutinó el descontento de tantos años por la corrupción rampante y el
autoritarismo del gobierno, provocando su caída.
Durante las
protestas, el ambiente en mi parroquia Chandpukur y sus alrededores era normal.
Pudimos mantener activos todos nuestros servicios pastorales, incluida la
escuela. Dado que las protestas se concentraron principalmente en las grandes
ciudades, no consideramos necesario cerrar, como había sido ordenado. Sin
embargo, desde el lunes 5 de agosto ante el derrocamiento del gobierno, el
ambiente aquí como en todo el país se tornó en zozobra y miedo. Vandalismo y
anarquía por todas partes, destrucción de sedes de partido, ataques y saqueos a
casas y negocios de dirigentes políticos y sus simpatizantes, asesinatos y
linchamientos, y en medio de todo esto, nosotros: las minorías indígenas y
cristianas indefensos ante la marea de violencia y destrucción.
En mi vida he
experimentado muchas veces el miedo, pues también el Peñol fue golpeado
fuertemente por la guerra en Colombia, pero lo que viví aquí esos días lo
recordaré por siempre. Primero la sensación de abandono y orfandad al ver huir
a la primer ministro, y luego el hallarnos indefensos y vulnerables ante la
anarquía reinante. Como párroco, sin embargo, tuve que hacer de tripas corazón.
Donde casi todo era oscuridad, había necesidad de iluminar; donde solo había
desesperación y confusión, tenía que señalar un horizonte. Gracias a Dios y al
apoyo que recibí desde la Nunciatura y la embajada española, el obispo de
Rajshahi y otros amigos y activistas, pudimos mantenernos fuertes y superar las
situaciones más complejas. Y así, aunque algunas de nuestras familias han
sufrido la destrucción de su casa o el saqueo y robo de sus bienes o tierras, ninguno
de nuestros cristianos ha resultado gravemente herido o muerto. Nos queda
esperar que cuando se restablezca el orden y la ley podremos actuar ante los
órganos legales para recuperar todas estas cosas.
Sin embargo, el país
sigue inestable. Y aunque la mayoría esperamos un cambio positivo los eventos
de los últimos días son bastante preocupantes, particularmente para las
minorías hindú, cristiana y otras. Ha habido linchamientos por supuestas
blasfemias, ataques a las mujeres que salen solas o no visten la burqa,
ajusticiamientos de opositores, destrucción de santuarios y templos hindú o
sufís… etc. eventos que antes eran casi inconcebibles.
Por eso les pido
oración por Bangladesh y la Iglesia aquí presente, y para que quienes han
asumido la responsabilidad de guiar este país lo hagan en base a principios de
justicia, pluralidad y fraternidad.
Pbro. Belisario Ciro Montoya