Sobre este Blog

He decidido finalmente hacer públicos mis Apuntes de Misión. Son experiencias de vida que me han marcado y que intento presentar resumidamente para hacer más ágil y amena su lectura.


SOBRE EL AUTOR
El presbítero Belisario Ciro Montoya, pertenece a la Diócesis de Sonsón Rionegro en Colombia y, asociado al PIME (Pontificio instituto de misiones extranjeras), desempeña su ministerio en Bangladesh. Ordenado diácono el 24 de junio del 2011, es sacerdote desde el 29 de octubre del mismo año.

CORPUS CHRISTI , El Cuerpo y la Sangre de Cristo


REFLEXIÓN Segundas vísperas de CORPUS CHRISTI
1 Co 11,23-25

Yo recibí del Señor lo que, a mi vez, os he trasmitido: que Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Éste es mi Cuerpo, que se da por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con la copa después de la cena, diciendo: «Ésta copa es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Cada vez que la bebáis hacedlo en memoria mía.»


No han pasado más de 20 años desde el acontecimiento de la Pascua de Jesús, y San Pablo debe escribir a los cristianos de Corinto para corregir algunos abusos graves que se presentaban entre ellos con respecto a la Cena del Señor. Hoy, después de casi dos milenios, la Iglesia sigue cumpliendo al pie de la letra con la fórmula que nos describe San Pablo, no obstante, también entre nosotros se verifican abusos e incoherencias, más graves quizá, que en aquella comunidad primitiva.

El remedio que propone San Pablo a este mal, no es más que el retorno a la tradición genuina: para él la Eucaristía no tendría sentido sacada del contexto de su institución, de la tradición que ha recibido del Señor: la noche víspera de la Pasión. Por eso su invitación es a que la comunidad haga memoria, a que recuerde y tenga presente como nació y qué es lo que conmemora esta Cena, para que no pierda de vista lo esencial ni traicione la verdad: el sacrificio, la entrega cruenta del Señor por los hombres.

Humberto Eco define nuestra época como la época del sentimiento. El mundo de hoy vive de impresiones, de impactos sensoriales, de emociones. A nuestro hombre no le importa la tradición. A diferencia del escriba prudente del que hablaba Jesús que sacaba de su arcón lo viejo y lo nuevo, nuestro hombre compra cada mañana algo nuevo y a la tarde lo tira porque es viejo. Somos una sociedad que ha renunciado a su memoria; el pasado, pasado es, lo presente es lo que importa. Se trata de una sociedad que en nombre del progreso desprecia todo el tesoro histórico de culturas ancestrales, tildando a éstas como fanáticas, como hipócritas y petrificadas...

¡Pero qué importante es nuestra memoria! La memoria es una de las facultades más misteriosas y maravillosas que poseemos. Sin memoria dejaríamos de ser nosotros mismos, perderíamos nuestra identidad. Quién se ve golpeado por la amnesia total, vaga perdido por las calles, sin saber cómo se llama ni dónde vive.

Dice Raniero Cantalamessa que “la riqueza de un pueblo no se mide tanto por las reservas de oro que conserva en sus bancos, sino por la memoria que conserva en su conciencia colectiva”[1]. La riqueza de la Iglesia no se mide por su valor histórico sino por la Memoria que conserva y actualiza en este sacramento precioso: la Eucaristía.

La Eucaristía es un memorial. Ella es el recuerdo del acontecimiento al que toda la humanidad debe su existencia como humanidad redimida: la muerte del Señor. Pero la Eucaristía tiene algo que la distingue de cualquier otro memorial. Es memoria y presencia a la vez, y presencia real, que actualiza el acto de amor más grande de Dios por el hombre.

La Muerte fue el momento supremo para el cual vivió Cristo, por eso fue precisamente lo único que Él mostró deseo de que nosotros recordásemos. No pidió que se consignasen por escrito sus Palabras en la Escritura; no pidió que se recordase en la Historia su bondad para con los pobres; pero sí pidió que los hombres recordasen su Muerte: haced esto en memoria mía. La Eucaristía no es un fósil ni un rito muerto que necesite de miles explicaciones para ser comprendido. La Eucaristía es la Memoria-Presencia del Señor. Es la prolongación en el tiempo y en el espacio del acontecimiento que le da sentido a la historia. La muerte que da vida a la humanidad.

San Pablo nos indica que cuando recibimos el encargo de Jesús de celebrar la Eucaristía en su memoria, no es solo un rito lo que se nos pide. Es el momento en que, recibiendo el don de la entrega de Jesús, lo compartimos repartiendo vida a los demás. Aquella comunidad que comenzó repartiendo el pan material con ocasión de la Eucaristía, había llegado a aprovechar esa misma celebración para hacer ostentación cada cual de sus propias riquezas.

Para los profetas en el Antiguo Testamento la infidelidad del pueblo a la Alianza es fruto de su olvido. El olvido a Dios que ha actuado a favor de su Pueblo, al Dios que ha creado, ha reunido y liberado a este pueblo. Y sin lugar a dudas esta es la misma causa por la cual nosotros también le somos infieles a Dios. La causa por la cual nuestra Eucaristía a veces se hace fría e insignificante para nos. El pecado del mundo hoy no es que no quiera saber de Dios, que se haya cerrado en su egoísmo, el pecado es que se ha olvidado de Dios que ha obrado en su favor. San Lucas lanza una pregunta desconcertante y que solo la puede responder cada generación: ¿Cuándo el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra?[2] Estamos frente a un mundo sin memoria, nuestro reto es recordar y revivir, es rememorar y actualizar el sacrificio que da sentido a la historia y mantenerlo vivo en el corazón de los hombres. El que tenga oídos para oír que oiga.

Por: Belisario Ciro Montoya