La Iglesia existe para evangelizar (EN 14)
y por tanto los bautizados somos esencialmente y por naturaleza evangelizadores.
Jesús nos llama para estar con Él y para enviarnos (cf. Mc 3,14), y todos por
un impulso interior e ineludible somos empujados a comunicar a los demás el don que
hemos recibido. ¡Ay de nosotros sino evangelizáramos!
Sin embargo, el vivir en un ambiente
“cristianizado”, en una cultura “evangelizada”como la nuestra (Colombia), nos lleva a caer
en la tentación de cerrarnos en nosotros, de no ver más allá de los limites geo
o demográficos de nuestra Iglesia particular, de hacernos autorreferenciales
olvidando el resto del mundo, es decir, a los más de 4.000 millones de personas
que no conocen todavía a Jesús y, peor aún, a olvidar a todos aquellos hermanos
que viviendo como minorías son perseguidos a causa del nombre de Cristo.
Como el Padre eterno ha enviado a su
Hijo así el Hijo nos envía a nosotros (cf. Jn. 20,21). En efecto, una de las
configuraciones originales del ministerio consagrado es la del que hoy llamamos
Misionero. A él, a su vez, corresponde la imagen de una Iglesia naciente entendida como
Camino, es decir, una Iglesia no considerada como una mole majestuosa pero
estática, sino como un Sendero de horizontes siempre abiertos, como una
realidad dinámica e inacabada, operante y de apertura universal. De hecho, antes
que se constituyera un ministerio pastoral fijo y encallado en una comunidad
singular, la primera conciencia e impulso de los que se consagraban a Dios, era
la del salir hacía donde el Señor dispusiera, donde el Espíritu los empujara (cf.
Hc20,22), dejando atrás familia, bienes y, en la mayoría de las veces, patria,
y esto no por un tiempo determinado sino para siempre. Esta fue justamente una
de las razones prácticas para el afianzamiento de la disciplina del celibato y
la pobreza evangélica desde los primeros siglos.
Pero una Iglesia tan “particular” como Sonsón-Rionegro,
bendecida con abundantes y santas vocaciones cristianas, es Misionera no
solamente por vocación originaria sino por una obligación y una responsabilidad
inevitables de cara al Señor y al mundo entero. Así lo hemos entendido y asumido
Obispos y Sacerdotes a lo largo de estos 60 años de vida diocesena, y seguramente lo seguiremos
haciendo.
Belisario Ciro Montoya, Pbro.